
Revista de Estudios Regionales | Nueva Época | Julio- diciembre 2024
| 160 |
posiciones que las personas ocupan diacrónicamente en el espacio social. De
esa manera, las disposiciones están vinculadas con la posesión o ausencia de
un sentido práctico, producto de experiencias acumuladas, a través de las cua-
les se ha adquirido un adiestramiento, tácito o implícito, respecto a lo qué hay
o no que hacer, cómo y cuándo.
Ese sentido práctico puede llegar a movilizarse, es decir, transferirse ha-
cia contextos que guardan similitudes con aquellos en los que primeramente
fue adquirido. Dicho de otro modo, los agentes poseen una capacidad práctica
para trasladar y poner en operación sus acervos disposicionales en situaciones
sociales diversas, a partir de que establecen —la mayoría de las veces irreexi-
vamente— si es o no propicio y conveniente transpolar ciertas disposiciones
(Lahire, 2004, pp. 101-102).
Así, el análisis de éstas conlleva a examinar cómo es que los agentes socia-
les identican analogías y disimilitudes entre contextos, para determinar en
qué medida es posible o no, mover y activar sus disposiciones a diferentes cir-
cunstancias. En ocasiones, los repertorios disposicionales pueden llegar a ser
lo bastante generalizables como para trasladarse a diversos ámbitos de acción
y ser aplicados útil y adecuadamente, mientras que otras veces son mucho más
acotados y se limitan a dominios especícos o de aplicación muy local (Lahire,
2004, pág. 122).
Otra posibilidad que este sociólogo apunta (Lahire, 2004, págs. 87-90), se
reere a que a veces las disposiciones pueden deteriorarse, debilitarse u oxi-
darse debido a su desuso, o bien pueden atenuarse o disminuirse por una con-
ciencia que intencionadamente intenta suprimirlas. En esa frecuencia, hace
hincapié en el rol activo del sujeto en la situación, cuando ante un contexto
social que demanda la operación de disposiciones aletargadas o que no se po-
seen, el agente puede cambiar de contexto, adaptarse o bien intentar transfor-
marlo.
Igualmente, ha destacado el hecho de que aunque efectivamente se po-
sean ciertas disposiciones, se puede no tener ningún deseo de activarlas, es
decir, carecer de motivación para actuar. Entonces, hay una ausencia de in-
volucramiento o pasión que provoca un hacer “por rutina o automatismo, por
hábito, o peor, por obligación (lo hago porque me presionan o me obligo), sin
ímpetu ni ilusión” (Lahire, 2012, p. 87). Así, es pertinente distinguir entre com-
petencias y apetencias, entre las capacidades para hacer tal o cual cosa y el
gusto o ganas para efectivamente realizarla, ya que no todos los habitus impli-
can entrega o compromiso emocional, sino que en ocasiones son inculcados y
actualizados a través de la coerción u obligación (Lahire, 2012, pp. 87-88).
En ese contexto, las disposiciones domésticas obedecen a un sentido prác-
tico adquirido a lo largo del tiempo, que dene a quién corresponde realizar
tareas del hogar y a quién no, cómo y cuándo es necesario realizarlas, cuál es
la manera correcta e incorrecta de hacerlo, etc. A su vez, ya que la puesta en
operación de estos acervos disposicionales obedece a la satisfacción de necesi-
dades cotidianas que invariablemente deben ser resueltas día con día, su mi-
tigación o debilitamiento por desuso implica al menos dos posibilidades: que