4TěKNCSꢀECRěOIReĂECSꢀGSěCěCĚGS
El Estado, como señalaba el historiador Raymond Craib en su estu-
dio sobre la construcción de la geograía nacional en el México del
siglo XIX (Craib 2004), ha empleado una serie de “rutinas cartográ-
cas” cuyo propósito es facilitar la implementación territorial de
su dominio y volver legible el espacio para que, quienes detentan la
hegemonía estatal, dispongan del territorio. Dichas rutinas inclu-
yen la elaboración de mapas, censos y registros catastrales, además
del establecimiento de linderos, límites, fronteras, jurisdicciones y,
junto a estos, el otorgamiento de títulos de propiedad y otros recur-
sos que permiten someter a las poblaciones humanas, a los recursos
y comunidades ecológicas a un conjunto de categorías territoriales
que permiten su clasicación, ordenamiento y explotación.
Las rutinas cartográcas del Estado son tecnologías que no sólo
permiten dar cuenta de una geograía preexistente, sino que tam-
bién abren la posibilidad de la reinvención del espacio mismo. Los
mapas nacionales, por ejemplo, son un instrumento imprescindi-
ble para la creación de la nación como espacio identitario; su ela-
boración y publicación no sólo dan cuenta de un espacio contenido
bajo un régimen político y jurídico especíco, sino que ,casi como
un acto de magia, permiten denir nacionalidades, etnicidades,
historias y modos de pertenencia a un territorio (Scott, 2009).
La cartograía y la agrimensura, por ejemplo, resultan elemen-
tos fundamentales en los procesos de centralización del poder, pues
abren la posibilidad de disponer de poblaciones, ejercer control po-
lítico, distribuir y extraer recursos, así como denir los derechos y
obligaciones de los sujetos bajo el control estatal. A través de sus ru-
tinas cartográcas, el Estado establece mecanismos que permiten
que ciertos espacios y territorios se vuelvan visibles, al tiempo que
oculta, suprime y niega la existencia de otros órdenes territoriales.
La construcción del orden cartográco estatal es, en denitiva,
un acto de invención que, si bien es presentado como un proceso de
objetivación cientíca, en realidad está imbuido de las subjetivida-
des, intereses e imaginarios de quienes tienen el poder de imponer
y legitimar un orden territorial determinado. Así, el orden espacial
del Estado busca determinar qué formas de representación del te-
rritorio son válidas y cuáles no, qué cartograías gozan de legitimi-
dad y valor y, nalmente, qué actores pueden utilizar, habitar y re-
lacionarse con un espacio en particular (Mundy, 1996; Craib, 2004;
Nuijten, 2003). En ese sentido, el orden espacial estatal está basado,
como señala James C. Scott en la eliminación de escalas y formas de
medición y representación locales y su reemplazo por mecanismos
orientados a la simplicación y estandarización de modos de repre-
sentación espacial y cartográca (Scott, 1998; Tilley, 1994)
|
100 |