
| 169 |
Revista de Estudios Regionales | Nueva Época | Enero- junio 2024
inhabitable. La radiación dañó y alteró
la vida y crecimiento de plantas, de
animales e incluso de los mismos
seres humanos. Los habitantes de la
zona tuvieron que evacuar el lugar de
un momento a otro y migrar, muchos
hogares fueron abandonados, se rom-
pieron comunidades enteras, personas
que hoy en día siguen con problemas
de salud, así como sus descendientes.
En un intento de contención del
desastre, un grupo de individuos se
unieron para trabajar en la limpieza
de la zona, se expusieron de forma
directa a la radiación, lo que provocó
diversas enfermedades, el aumento de
casos de cáncer y trastornos de salud a
largo plazo. La explosión generó diver-
sos impactos psicológicos y sociales a
las comunidades afectadas, incluso al
autor mismo ya que estuvo vinculado
con el evento y sus consecuencias que
narra a través de diferentes anécdotas
que se desarrollan en los fragmentos.
Este libro no se centra en los
humanos como es habitual, desaía las
convenciones literarias, pues otorga
el protagonismo a la ora, los seres
vivos incapaces de desplazarse para
huir de la radiación. Están siempre
obligados a resistir (o a morir) a las ca-
tástrofes causadas por humanos.
El autor señala entre sus frag-
mentos, diversos puntos importan-
tes de análisis respecto a las plantas,
como el hecho de que no se suele
hablar mucho de ellas al menos que
se trate de su estética o sus estudios.
Aborda a las plantas, la tierra, los ani-
males desde una perspectiva moral,
más allá de su utilidad humana para
los seres humanos. Habla de todos
por el simple hecho de ser seres vivos
al destacar su valor intrínseco, lo que
promueve una visión más respetuosa
al mundo natural.
A pesar de que todos fueron afec-
tados en la misma medida por la ra-
diación, la vegetación demostró una
mayor capacidad para detectar la ra-
diación, logró sobrevivir y adaptarse
al entorno hostil en el que se envolvió,
modicando su ecosistema.
Cada ser vivo carga con una his-
toria, y en las plantas las observa-
mos a través de su apariencia ísica,
es su forma de comunicar acerca de
su entorno y condición. Cada forma
de la planta como la rama, las hojas o
brotes, surge por la experiencia vivida
por la vegetación pues nos habla de la
humedad en la que creció o la canti-
dad de luz solar a la que fue expuesta.
Todo como parte de su comunicación
semántica acerca de su vida y las con-
diciones que la rodean.
En el caso de la vegetación en
Chernóbil, a partir de la explosión,
los microbios que se encargan de des-
componer la materia orgánica expe-
rimentaron daños, en consecuencia,
la vida en Chernóbil parece congela-
da. Las semillas mostraron transfor-
maciones signicativas en su perl
proteico, lo que les proporciona una
mayor capacidad de resistencia a los
metales pesados y una variación de
su metabolismo del carbono. Todo
apunta a la fuerza que tuvo que desa-
rrollar para persistir en ese entorno.
Esta capacidad de adaptarse al
medio ambiente con frecuencia
nos parece sorprendente a los seres
humanos, pues a menudo tendemos
a percibir a las plantas como seres sin
conciencia y organismos estáticos. Las
plantas no solo sí cuentan con una con-
ciencia, sino que también actúan como
testigos silenciosos, son protagonistas
en la narrativa de esta catástrofe.
Entre los textos de este libro,
Michael Marder apunta el curioso
opuesto en la forma en que las plantas
y humanos sobreviven. Las plantas,
por un lado, sobreviven con compo-
nentes que están a su alrededor como
son los nutrientes que le proporciona
la luz o la humedad. Los humanos no